El comienzo del misterio: risas en la noche
Todo comenzó en la madrugada del 27 de septiembre de 1934, cuando los vecinos del edificio número 2 de la Calle Gascón de Gotor fueron despertados por sonoras carcajadas que parecían no tener origen claro. Desconcertados, salieron de sus camas y buscaron el origen de esas risas, pero sus esfuerzos fueron en vano. Durante los días siguientes, no hubo más incidentes, y los habitantes del edificio comenzaron a olvidar lo sucedido.
Sin embargo, el 15 de noviembre de 1934, la tranquilidad se rompió nuevamente cuando una joven sirvienta que trabajaba en una de las viviendas se disponía a encender el fuego para preparar la comida. Al hacerlo, escuchó un lamento que rápidamente se transformó en una voz aterradora que le decía: «¡Por lo que más quieras, no enciendas, que me quemas!». Asustada, la muchacha alertó a su señora, y ambas abandonaron el hogar en busca de ayuda. Cuando los vecinos acudieron a investigar, descubrieron que la misteriosa voz parecía provenir de la hornilla de la cocina. La situación era tan extraña que decidieron contactar a las autoridades, y la historia comenzó a circular en los periódicos.
La prensa internacional y la histeria colectiva
El caso del Duende de Zaragoza no solo alarmó a la comunidad local, sino que también capturó la atención de medios internacionales. El 27 de noviembre de 1934, «The Times» publicó un artículo sobre el incidente, describiendo cómo un «irónico duende» hablaba desde la campana de una chimenea, sobresaltando a los habitantes de Zaragoza. Según el artículo, arquitectos, obreros y la policía intentaron encontrar una explicación lógica, removiendo suelos y levantando tejados sin éxito alguno. Mientras tanto, la calle se llenaba de curiosos que se agolpaban frente al edificio, algunos incluso trepando al techo en busca del duende.
La situación se convirtió en un espectáculo caótico. Policías, albañiles, fontaneros, electricistas, arquitectos, jueces, médicos e incluso médiums acudieron al lugar, pero ninguno fue capaz de explicar de manera lógica el origen de la voz. Lo más desconcertante era que el duende hablaba con cualquiera que quisiera interactuar con él, desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, utilizando un tono aterrador y un acento maño que parecía burlarse de todos.
Un misterio sin resolver: la culpa de la sirvienta
El fenómeno continuó asustando a los inquilinos del edificio hasta que, en 1935, la voz se silenció para siempre. Nunca se descubrió la verdadera causa del misterio, aunque finalmente se acusó a la joven sirvienta, Pascuala Alcocer, de ser la responsable. Se alegó que Pascuala tenía habilidades de ventriloquía y que había utilizado esta destreza para engañar a los demás, aunque muchos dudaban de esta explicación, ya que la voz continuaba incluso cuando Pascuala no estaba presente.
Finalmente, el edificio fue demolido, en parte debido al temor de que la voz pudiera regresar. A pesar de esto, la leyenda del Duende de Zaragoza no ha sido olvidada. Aún hoy, el terreno donde se encontraba el edificio original está ocupado por un conjunto de apartamentos conocidos como el «Edificio Duende».
La muerte de la médium: un extraño acontecimiento relacionado
Otro hecho inquietante relacionado con este suceso fue la trágica muerte de la médium Asunción Jiménez Álvarez. Asunción, una de las más famosas espiritistas de la comunidad, intentó contactar con el misterioso ser en una sesión de espiritismo. Sin embargo, la sesión terminó de manera abrupta y trágica cuando la médium falleció por colapso durante el ritual. Este incidente añadió otra capa de misterio a un caso ya de por sí enigmático.
Una leyenda que perdura
El caso del Duende de Zaragoza sigue siendo un enigma sin resolver. Aunque la explicación oficial atribuyó el fenómeno a un fraude perpetrado por la sirvienta, la evidencia circunstancial y los testimonios de numerosos testigos han mantenido viva la leyenda. La historia del duende se ha convertido en una parte indeleble del folklore zaragozano, un recordatorio de que a veces lo inexplicable puede tomar forma en los lugares más inesperados.